lunes, 9 de julio de 2007
Violencia en la escuela
Muchos profesores piensan que la violencia es un problema de la sociedad que se refleja en las escuelas y que las mismas no están preparadas para solucionarlo.
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Según Peter Lewis, profesor de Nueva York, —una de las ciudades con más violencia escolar—, una respuesta basada sólo en consideraciones de seguridad (guardias armados en los pasillos, detectores de metales, ...) conlleva un ambiente que no favorece la formación, pues crea la mentalidad de que la violencia es parte esencial de la vida.
En 1994 , Clinton aprobó la ley Gun-Free Schools ("tolerancia cero") , que permitía, entre otras cosas, la expulsión automática, durante un año, de cualquier alumno que portara un arma de fuego. Los centros escolares estadounidenses cosechan cada año 15.000 expulsiones.
Los defensores de este sistema dicen que la disciplina severa es la mejor manera de mantener la seguridad en los colegios. Pero un chaval expulsado, ¿no corre el peligro de no terminar los estudios, lo que favorece que caiga en las redes de la delincuencia?
La relación entre absentismo escolar y delincuencia juvenil parece clara. Un informe de la policía británica concluía que el 40% de los atracos callejeros, el 25% de los robos y el 33% de los hurtos de vehículos cometidos en Londres fueron obra de jóvenes de 10 a 16 años y la mayoría no iba a clase.
Todos los años en Gran Bretaña se decretan 12.000 expulsiones permanentes de los colegios por acciones que van desde la conducta violenta al consumo de drogas. En Francia se registran más de 6.000 "incidentes graves" por trimestre. Una conferencia internacional, organizada en París por el Observatorio europeo de la violencia escolar, hizo hace varios años un análisis comparativo de las distintas políticas aplicadas y se inclinaron por buscar remedios que involucren al centro escolar, a la familia y a las instituciones locales.
Al desembarazarnos del autoritarismo, ¿no hemos perdido quizá también, sin quererlo, la noción de autoridad? En la escuela las reglas de conducta deben ser claras y bien conocidas, de modo que los alumnos sepan dónde están los límites.
Robert Coles, célebre psiquiatra infantil norteamericano, propone transmitir mensajes morales claros a los chavales y dirige su propuesta primero a los padres: "Han de tener muy claro que está bien y que está mal, lo que sus padres desaprueban de su conducta y las consecuencias que puede acarrearles el mal comportamiento. Los chavales son inmaduros por definición y necesitan que les enseñen los limites".
Coles además declara: "Antes los periódicos respetaban la privacidad de los chavales, se les consideraba ´menores´ a todos los efectos, y quizás se les enviaba a un correccional, pero siempre ´en privado´. Ahora, cuando un chaval comete un acto violento, los medios de comunicación revelan todos los detalles de la hazaña". "Dar publicidad a tales hechos --señala Coles-- es un error. De esa manera, entre los coetáneos menos estables, los matones pueden despertar curiosidad, adquirir aureola de valientes y suscitar imitadores".
"Hay que tener en cuenta --añade el psiquiatra-- la fascinación que la violencia provoca en los adolescentes. Y hoy los chavales están expuestos continuamente a espectáculos violentos, en el cine, en la TV o en los comics. La exhibición de violencia en los espectáculos contribuye a crear un ambiente de agresividad".
En un sondeo sobre 1.000 personas de una muestra nacional representativa realizada en Francia, tres de cada cuatro interrogados consideran la falta de autoridad de los padres como principal causa de la violencia escolar. Christian Janet, presidente de la Federación de padres de alumnos de la enseñanza pública, declaraba que comprendía que los franceses estuvieran preocupados por la dimisión de los padres. "Pero en realidad se trata de una dimisión del conjunto de la sociedad, enferma de las ideas libertarias que han servido de modelo después de 1968... Resultado, hoy la sociedad debe volver a aprender a pronunciar sin escalofríos palabras como autoridad, deber y disciplina". Janet reclama que los padres pierdan el miedo a educar a sus hijos. El remedio exige una labor conjunta entre padres y escuela. Padres y profesores deben colaborar para ofrecer a los jóvenes una educación coherente.
Pero esta inhibición de los padres, ¿no es fomentada por una curiosa cultura "progresista"? Como dice García Garrido, los padres protestamos de que se nos exija lo que no se nos ha dejado hacer, lo que de modo sistemático se nos ha combatido o se nos reprocha como rígido o anacrónico. Mientras se gaste dinero público en el reparto de la píldora del día después, en campañas que inciten a las madres a que no se olviden de meter preservativos en el bolso de sus hijas, etc., que no nos vengan con monsergas de que la clave de la convivencia pacífica en las escuelas depende de nosotros, Y que no vengan con lo mismo a los profesores y a los directores de los centros. Primero se les desautoriza y después se les pide que pongan orden en las aulas.
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