domingo, 31 de julio de 2016

Decisión racional y acción colectiva


[...] De todo lo que se ha expuesto anteriormente se deduce que la persona que necesita ante todo definir su propia identidad, autoidentificarse a través de un colectivo, no es libre. Su carencia o crisis de identidad no le permite elegir, no tiene definidas las preferencias a partir de las cuales poder elegir o desarrollar una estrategia para alcanzar la satisfacción de un objetivo. Por tanto, la libertad es la superación de esa necesidad de identidad. Una persona es libre cuando sabe quién es y puede elegir en consecuencia. Entonces puede traicionar aparentemente su identidad dando prioridad a su bienestar material sobre sus valores explícitos, pero lo hará porque implícitamente antepone la seguridad material a cualquier otro valor. O puede ser consecuente con sus valores cuando le parezca que la posibilidad de realizarlos justifica el riesgo y el costo. Una persona que no sabe quién es, en cambio, podrá comportarse como un traidor o como un héroe, pero no será ni una cosa ni la otra. 
Esto es algo que puede percibirse analizando las motivaciones de los miembros de algunos movimientos sociales (Gross, 1995). Los que poseen un carácter moral dan prioridad a la eficacia de sus acciones para lograr los objetivos del movimiento, valoran la plausibilidad de la estrategia y de los medios elegidos. Los que lo poseen en menor medida valoran ante todo los efectos personales de la pertenencia al movimiento, el encuentro con los otros miembros y su compañía, el calor de la acción por la acción. No es que los primeros sean necesariamente kantianos en el sentido de Elster, pues en su escala de prioridades puede haber otros valores que limiten su entrega a la acción colectiva. Algunos pueden ser fanáticos, pero es más probable el fanatismo en quienes, por no poseer una identidad definida, buscarán ante todo estar del lado de la mayoría para reforzar su sentimiento de identidad colectiva, aunque sea al precio de poner en peligro los objetivos del movimiento. 
De esta forma paradójica se cierra el razonamiento: a veces tendemos a pensar que las personas a las que cabe aplicar la teoría de la elección racional son personas egoístas, amorales e individualistas, ajenas a todo interés colectivo, mientras que las que lo posponen todo a los intereses del grupo serían personas libres de ataduras y egoísmos personales. La propuesta que cabría hacer es bien distinta: la teoría es aplicable precisamente a las personas libres, poseedoras de un carácter moral, que valoran racionalmente la adecuación de medios a fines. Pueden ser malas o buenas personas, egoístas o altruistas, canallas o héroes, podemos compartir o no su jerarquía de preferencias, pero son las únicas que, por saber quiénes son, pueden elegir libremente y ser juzgadas moralmente a partir de su escala de valores.

Ludolfo Paramio. Teorías de la decisión racional y de la acción colectiva. Sociológica, año 19, número 57, enero-abril de 2005, pp. 13-34.

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