Todos
los diseñadores son parecidos.
Sueñan
con hacer algo que sea más social,
más
colaborativo y más real que el diseño.
—Un
Mundo Feliz (después de Dan Graham)
Claire
Bishop (Bishop 2016, 14-15) señala que existe una gran variedad de prácticas en
el campo expandido del arte y el diseño donde destaca lo que ha denominado un giro
social. Éste consiste en repensar utópicamente la
relación del diseño con las cuestiones sociales promoviendo su potencial
político, es decir, revisando las distintas formas en las que se producen,
consumen y se debaten dichas prácticas de diseño. En el caso español este giro
social tiene mucho de narcisismo personal y
bastante de pose. Cuando Milton Glaser habla sobre las intervenciones
personales y la necesidad de explicitar ideas que lleguen al torrente
sanguíneo de la cultura nos invita a integrarnos en los
acontecimientos de nuestro tiempo y a luchar contra la desesperación que
paraliza. Y todo ello sólo se puede hacer saliéndose de las normas y
desbloqueando las instituciones. Ésa es la función del diseño en el espacio
público, la acción, no la contemplación. Las palabras certeras de Glaser (2008)
nos invitan a ser conscientes de esta situación y a movernos porque «el mundo
está dividido entre los que hacen las cosas y los que controlan las cosas».
—
Según
Ivan Illich (1978) lo que nos define es nuestra relación con los otros, con el
entorno, los instrumentos que utilizamos y la herramienta o relación
convivencial. En este sentido, la comunicación visual es
la herramienta esencial del diseñador gráfico para participar en la creación de
la vida social. Y, aunque la mayoría de las instituciones tanto públicas como
privadas lo hagan, no deberíamos olvidar que el diseño es una herramienta
cordial y su función no puede ser la de empalagar o
anestesiar si de verdad pretende desarrollar una auténtica autonomía cultural y
política.
—
Parafraseando
a Marina Garcés (2015, 43) los diseñadores-náufragos hemos descubierto que el
diseño «no es producción sino comprensión y transformación, relación con la
verdad como sentido y no como contenido.» Este conocimiento útil «nos sitúa,
personal y colectivamente, en una relación más libre y más plena con el mundo»
y su función ética es desaturar, contextualizar y articular
conectándonos con las verdaderas preguntas, «no con los objetivos sino con las
preguntas que verdaderamente nos importan». No podemos seguir engañándonos, las
empresas e instituciones han sido las causantes de un dulce/trágico naufragio
que nos ha dejado sin referencias y a la deriva. Son Bill Readings y David
Harvey (Rosler 2013, 54) quienes también destacan este estado ruinoso de las
cosas. Si aplicamos su punto de vista al diseño observaremos los espacios
educativos como instituciones vacías que «venden una noción de excelencia
abstracta» enfocados a educar para la gestión económica
antes que para el conflicto cultural.
Así que es nuestro trabajo como diseñadores enseñar a pensar, cuestionar el
consumo de la información útil —para corporaciones y gobiernos— y centrarnos en
la auténtica relación convivencial austera,
porque «la herramienta simple, pobre, transparente, es un servidor humilde [y]
la herramienta elaborada, compleja, secreta, es un amo arrogante.» (Illich
1978, 4-5)
—
En
una entrevista Ernest Hemingway respondió que «para ser un gran escritor, debe
tenerse un sentido innato, a toda prueba, de detención de mentiras». Éste es el
mayor de nuestros retos, los diseñadores-náufragos estamos destinados a
reconocer los cambios, ser sensibles a los problemas y contar con la suficiente
motivación y valentía para dar la alarma y actuar. Nuestra supervivencia
depende de lo que Kenneth Boulding llama «conciencia social». Para romper con
las estructuras burocráticas es necesario acabar con los prejuicios y
costumbres que nos impone la tecnología autoritaria, «centrada en el sistema,
inmensamente poderosa, pero inherentemente inestable» (Mumford 1960) y
ocuparnos de aquella que se centra en el hombre, mucho más débil, pero
inventiva y duradera. Dicho de otra manera, procurar desarrollar iniciativas de
diseño descentralizadas porque son más compatibles con la igualdad social, la
libertad y el pluralismo cultural (Winner, 25). Por otro lado, para los diseñadores
la colaboración y el compromiso no son la panacea sino más bien el lugar de los
conflictos y el debate. Los proyectos de diseño participativo no pueden
representar un medio político privilegiado, ni una herramienta
decorativa/domesticada para la sociedad del espectáculo, sino una aportación
para el mantenimiento de una democracia incierta y precaria en sí misma. El
diseño social «no está legitimado de antemano, sino que necesita ser ejecutado
y probado continuamente en cada contexto específico» (Bishop 2016).
—
José
Antonio Marina (1995, 209) nos recuerda que la actitud poética, el impulso
creador, el deseo de la felicidad y la génesis de nuevos derechos son obra de
una inteligencia «que crea la dignidad mediante la racionalidad poética»; que
la ética no tiene sentido sin el derecho a una vida digna, el derecho a la vida
inteligentemente libre y el derecho a buscar la felicidad personal. «El pasado,
las morales históricas, la naturaleza, nos sirven tan sólo para aprender la
manera de crear el futuro. La ética estudia, ante todo, la invención del
porvenir»; y los diseñadores-náufragos tenemos el derecho y el deber de
trabajar incansablemente en ese porvenir incierto.
—
Claire
Bishop, 2016. Infiernos Artificiales. Arte Participativo y Políticas de la Espectaduría.
Taller de Ediciones Económicas, México.
Marina
Garcés, 2015. Más allá del acceso: el problema de cómo
relacionarse con el conocimiento, en Un saber
realmente útil. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
Milton
Glaser, 2008. 4 Short Talks (more or less on the subject of design). Published
by Visual Arts Press, New York.
Ivan
Illich, 1978. La convivencialidad, Ocotepec, Morelos, México.
José
Antonio Marina, 1995. Ética para náufragos. Editorial Anagrama, Barcelona.
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